Cuenta la historia que después del sonado fracaso de Steve Jobs con su ordenador Elisa, tuvo que abandonar la firma Apple por unos años para luego volver y revolucionar la manera en que venían haciendo las cosas. Sin embargo, el culto a la marca Apple se remonta en sus orígenes allá por los años 70, cuando cada producto que se vendía iba acompañado de dos pegatinas en cada caja, listas para ser colocadas sobre cualquier superficie de este mundo.
Y el mundo se llenó de pegatinas, manzanas mordidas que se reproducían como el virus Apple de un modo involuntario entre la nueva tribu que se venía formando silenciosamente. Y Apple fue, poco a poco, conquistando el mercado y de un modo muy sutil, su imagen fue girando en torno a la famosa pegatina que se clavaba en el imaginario visual de la gente al extremo de llegarla a ver como parte de su hábitat urbano.
Apple había generado un fuerte contenido magnético: un potente icono que le decía a todos, “eh mirad, estoy aquí… soy parte de ti: consúmeme”. Lo mismo hizo la Coca Cola, Nike, ADIDAS, BMW o Microsoft: generaron la fuerza de su marca a partir de un sólido elemento simbólico. Sin embargo, la era de internet ha roto con este imperio de lo visual. La marca sigue teniendo su logo, de eso no cabe la menor duda, pero ahora tiene que compartir esa hegemonía con la fuerza de su nuevo contenido magnético: el poderío de la palabra y sus aplicaciones en la esfera afectiva.
¿Es hegemónico el logo? Ya no. La marca se diluye en múltiples prestaciones: un vídeo en YuoTube, una página en Facebook, una oración corta en Twitter o en las aplicaciones para móviles que son producidas, o patrocinadas, por la marca. Pero eso sí, en todas ellas debe prevalecer un elemento común, el contenido debe ser entretenido, divertido y a la vez debe informar sobre cómo satisface las necesidades del cliente. Debe ser un contenido magnético en su expresión pero no intrusivo en su forma.
Es por ello que cada vendedor debe enfrentarse a su producto a partir de una lectura que parta desde el lado del cliente, dudando de lo que ofrece y evaluando primero si su contenido es único, después debe analizar la utilidad del mismo y su factura, y por último estudiar el uso correcto que hace de los diferentes canales para hacer llegar su oferta en sí. La pregunta del millón: ¿qué le gusta a mis usuarios?
A día de hoy, si se quiere llegar a obtener grandes resultados, ya no basta con tener un producto y promocionarlo. Hay que ir más allá, hay que ir a la creación de comunidades de clientes y a la formación de seguidores que sean capaces de vivir de la oferta y del producto; porque tal y como están las cosas en el mercado, más que vender objetos utilizables, lo que se está vendiendo son estilos de vidas, sentimientos, filiación, amor por la marca. Y eso sólo se logra con un débil, pero eficiente, contenido magnético que llegue al corazón de quien lo disfruta, y fíjense que no digo consume.